Donald Trump se pelea con Jerome Powell; pero no todo lo que rompe, la Fed lo puede arreglar

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Lo que Trump arruinó, no se corrige con baja de tasas sino de aranceles, su responsabilidad. Si la Fed se conduce mal, puede arruinar también su credibilidad.

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Trump enojado con el titular de la Fed. Christine Lagarde subió las tasas y esa gota rebalsó la paciencia del republicano con Powell.

Christine Lagarde gatilló el jueves la séptima rebaja de las tasas de interés europeas. Fue una merma de un cuarto de punto que las dejó en 2,25%. Y las expectativas sugieren otra resolución similar en junio. Para el presidente Trump, atascado en el laberinto de su guerra de comercio, fue la gota que rebalsó la paciencia. La Casa Blanca necesita un aventón. Y la Fed, a diferencia del BCE, se desentiende y no provee el auxilio que desea. “Jerome Powell, que siempre opera ‘DEMASIADO TARDE Y MAL’, debería haber bajado las tasas hace tiempo”, se quejó Trump, así, en mayúsculas, en las redes sociales. Y, agregó, “Ciertamente, ‘Demasiado tarde’ Powell debe bajarlas ahora”. El remate del mensaje fue lapidario: “El despido de Powell no puede llegar lo suficientemente rápido”.

Trump, un decisor precoz que comete errores importantes deprisa, como se vio en la saga de los aranceles, tendrá que esperar antes de perpetrar el próximo. El jefe de la Fed no tiene pensado alejarse antes que culmine su mandato, en abril de 2026. Y resistirá la presión. Ya lo hizo en el primer período del republicano (que fue quien lo designó para suceder a Janet Yellen). La ley le concede estabilidad en el cargo y consagra la independencia del banco central. No obstante, el presidente, como señaló Kevin Hassett del Consejo Económico Nacional, está explorando alternativas. Un fallo reciente de la Corte Suprema -aún sujeto a apelación- lo autorizó el miércoles a despedir a los directores de dos agencias públicas independientes. La sentencia alimenta su renovada ambición (y la crudeza del mensaje directo a Powell). Seamos claros: Trump está convencido de que esta vez logrará deshacerse del chairman.

Desde Richard Nixon y Paul Volcker: un clásico de larga data

La pelea de los gobiernos con la Fed es un clásico de larga data. Richard Nixon versus Paul Volcker estableció un mojón a fines de los años 70, todavía vigente. “Aceptaremos la inflación si es necesario, pero no podemos aceptar el desempleo”, le marcó la cancha el presidente Nixon a Arthur Burns, titular de la Fed, mientras la inflación se espiralizaba. Burns cedió a la voluntad del Ejecutivo, y conservó las tasas bajas por demás. El descubrimiento de la estanflación -que combina lo peor de los dos mundos- fue el resultado desastroso de la experiencia. Volcker, quién lo sucedió, rompió lanzas con la Casa Blanca. Impuso su criterio ortodoxo a rajatabla. Y no sólo derrotó a la inflación de dos dígitos que parecía indomable. También demostró la relevancia de un banco central independiente del poder político como promotor, y garante, de la estabilidad.

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Ya desde la primera presidencia de Trump vienen los cuestionamientos a Powell.

La historia no se repite, pero rima. En 1971, Nixon hizo estallar el régimen original de Bretton Woods. En la actualidad, Trump hace crujir el orden económico internacional que vino después. Su embestida contra el libre comercio -y las reglas del sistema multilateral- constituye un formidable shock estanflacionario. Aunque nadie debe confundirse: las condiciones de partida -el pleno empleo y la inflación convergiendo a 2%- son diametralmente opuestas. Pero Trump procura de la Fed lo mismo que exigía Nixon. Que relaje las tasas a contramano del impulso que imprime la política económica. Powell, al igual que Volcker, no quiere quemarse como Burns. Y no es lentitud, como alega Trump. De septiembre a diciembre, el banco central recortó tres veces la tasa, un punto completo. Es solo la intención de hacer bien su trabajo.

Una agenda poco recomendable, le ata las manos a la Fed

En Davos, en enero, dos días después de asumir, Trump señaló que las tasas de interés debían bajar de inmediato. Pareció un misil teledirigido contra la Fed y no lo era. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, lo explicó muy bien. El presidente, a diferencia de lo actuado en su primera gestión, no hablaba de las tasas cortas, las que maneja el banco central, sino de las de largo plazo. Su objetivo era una reducción de los tipos del Tesoro a diez años. Y con razón: treparon más de un punto completo durante la campaña electoral cuando la Fed había recortado las suyas en esa magnitud. Y se urdió un plan para lograrlo. “Drill, baby, drill” es la estrategia prevista para aumentar la producción de energía en EEUU. Trump negoció luego con la Rusia de Putin y Arabia Saudita un aumento de cuotas de la OPEP plus. No solo se quiere abaratar la energía. La desregulación era otra avenida para reducir los costos y las expectativas de inflación. Con esas cartas, el gobierno confiaba en que las tasas largas revirtieran su agresividad. La Fed seguiría sus pasos después, sin coerción, en línea con las proyecciones de su mapa de puntos. Allí, todavía hoy están consignadas dos rebajas antes que finalice el año.

Claro que Trump también tenía otros planes. Ninguno tan trascendente como la suba de aranceles. Y allí radica el drama. No es la lentitud de Powell, es la velocidad suya para desenfundar. Y la desmesura de una agenda poco recomendable, que le ata las manos a la Fed. Es un escenario desafiante, reconoció Powell en el Club Económico de Chicago. “Es muy probable que el desempleo aumente a medida que la economía se desacelere, y es muy probable que ascienda la inflación a medida que suban los aranceles”, señaló. Se trata de un aumento de aranceles mucho mayor que lo estimado. La ley Smoot-Hawley no los subió tanto, y eso ocurrió 95 años atrás. No hay experiencia válida. “Nuestro rol es asegurarnos que se trate de un aumento por única vez en el nivel de precios”. La prioridad es evitar que se desanclen las expectativas de inflación. Ello impide hoy bajar las tasas. Importa decirlo: lo que Trump arruinó, no se corrige con baja de tasas sino de aranceles, su responsabilidad. Si la Fed se conduce mal, puede arruinar también su credibilidad. De ahí, la decisión de ver y esperar. Y Powell fue muy claro. “Los mercados están funcionando con dificultad en estas condiciones, pero están funcionando”. No prevé correr a su rescate. No es solo Trump el que desespera. Los futuros de Chicago contemplan un primer recorte de tasas en junio. Y cuatro a lo largo de 2025. No es lo que Powell tiene en mente.

Trump gobierna por instinto

Trump se atascó con la guerra comercial. Fue tal el embrollo que debió apretar el modo pausa congelando la aplicación de los aranceles “recíprocos” (aunque preserva un arancel universal de 10%). China es la excepción, pero a los niveles de tributo actual, la realidad suspendió todo comercio. Este lodazal, se dijo, no se drena bajando las tasas sino los aranceles y la incertidumbre reinante. Es responsabilidad del gobierno restablecer un modelo de pax comercial que sea creíble y permita el intercambio. ¿Qué podría salir mal? Destruir la Bolsa ya no es un tabú para Trump, pero el presidente frenó cuando advirtió la corrida contra los bonos del Tesoro y el dólar. Se asustó y dio marcha atrás. Así, esta semana, prometió acuerdos con Japón, con la Unión Europea y hasta con China. Después de todo, EEUU era la envidia del mundo cuando regía la calma chicha de Biden. En esa necesidad de Washington de recalcular, y tomarse un respiro para pensar mejor, despedirlo a Powell sería apretar el botón nuclear. No tiene lógica, y arrasaría la fe maltrecha en el dólar. Pero se precisa que Trump no le haga caso a su intuición. Y ya se vio que el presidente gobierna por instinto.

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