Una celebrity con el camarín en llamas

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Fue la semana más gloriosa para Javier Milei a nivel internacional. Estuvo instalado por días en la prensa europea por su enfrentamiento con Pedro Sánchez y se ganó la tapa de la revista Time, una suerte de consagración como celebrity, más allá de que el artículo que la motivó haya incluido críticas claras. El viernes se volverá a cruzar con Elon Musk y conocerá a Mark Zuckerberg en una cumbre en Sillicon Valley. Se percibe imprescindible en el trono de los poderosos. Por eso en las entrevistas que ofreció últimamente no dudó en calificarse como “el presidente más popular del mundo”. En la Casa Rosada se enorgullecen al decir que “juega en otra liga”.

También fue la semana más compleja desde que se inició la gestión libertaria. El Presidente arrancó el domingo pasado con un polémico acto en Madrid que casi deriva en la ruptura de relaciones con España, y después hilvanó un exótico show en el Luna Park, la incierta suba del dólar, el estancamiento de la Ley Bases en el Senado, una profunda crisis de gabinete, la transformación del pacto de mayo en el acto de Mayo y la amenaza de expansión de la protesta en Misiones. Días turbulentos y caóticos, con un gobierno desconcertado y disperso.

Sobre esta geografía compleja aparecieron dos síntomas inquietantes. Por un lado, el que exhibió a un Milei cruzando el límite invisible que separa la tolerable excentricidad de una figura disruptiva, de la imagen de un mandatario fagocitado por lo impredecible y extravagante. El primero puede causar atracción y curiosidad; el segundo puede resultar amenazante. Es una diferenciación sutil, pero que alcanzó para alertar a empresarios y diplomáticos que hasta ahora lo veían con buenos ojos. El tono y la actitud que tuvo en Madrid, que escaló después en el Luna Park, brindaron un retrato del Presidente detrás de una frontera inconveniente.

Javier Milei durante el acto de Voxcapturas de video

En el libro de reciente publicación Tecnopopulismo los autores Chris Bickerton y Carlo Accetti describen el nuevo fenómeno mundial de líderes que combinan la apelación al “pueblo” contra una idea abstracta y moralizada del “otro” (las élites, la casta, los extranjeros); con la tecnocracia, un saber específico que se presenta como una verdad revelada e incuestionable que interpela al que gobierna. Estas dos nociones, populismo y tecnocracia, antes estaban divorciadas y operaban en ámbitos inconexos y hasta enfrentados, aunque tenían en común que apuntaban contra el mismo objetivo: la política profesional y los partidos clásicos. Ahora se fusionaron para dar lugar a una serie de liderazgos globales muy atractivos, a los que vino a sumarse Milei. El acto del miércoles fue un claro ejemplo: rock para los fieles y lecciones de economía, en el mismo escenario.

Los autores plantean que esta nueva lógica política germinó a partir del largo proceso de desconexión entre la política clásica y las demandas de la sociedad, que llevó a una profunda crisis de representación y a la ruptura de los mecanismos de intermediación. También la describen como una “trampa para la democracia” porque exacerban la conflictividad con apelaciones contra el “enemigo” y recurren a planteos en términos de “tribus”, que reemplazan las viejas categorías de derecha e izquierda.

La lógica de Milei encuadra perfectamente en estas definiciones. Quienes deciden su estrategia comunicacional realzan siempre el concepto de “identidad”, mantener un perfil nítido e intenso que galvanice su electorado en función de un par de conceptos clave: la lucha contra la inflación y contra la casta. En esos ítems, el apoyo a Milei es mayoritario porque el desgaste de la crisis interminable y el odio a la dirigencia son muy consistentes. Sin embargo cuando amplía su narrativa a conceptos inmateriales como aborto, derechos humanos o temas de género, las adhesiones se dispersan. En ese sentido, como remarca Marcos Novaro, “el votante argentino es poco ideológico, es más oportunista. Presta poca atención a la consistencia de las ideas. Hay un núcleo duro de ultraderecha, pero es pequeño en comparación con otros países como Estados Unidos”. Perciben a Milei con un carácter instrumental.

Santiago Caputo, María Ibarzábal y Lule Menem, a la salida de Casa RosadaSantiago Filipuzzi

Una frase que se escucha entre los asesores presidenciales explicita la prioridad que le asignan a la nitidez: “Nosotros preferimos un presidente con 35 o 40 puntos de apoyo, pero con una identidad definida, a un presidente de consenso que hace concesiones y diluye su perfil”. El dilema reside en que al mismo tiempo el objetivo es romper el sistema político y económico, e impulsar las reformas más profundas de esta etapa democrática. Aparece la disyuntiva que plantea el ideal de una revolución desde la minoría. “Para saber si estamos haciendo bien o mal, nos basamos en un principio: si Javier está haciendo cosas distintas a la dirigencia tradicional, estamos alineados; si hace cosas similares, estamos mal”, resume uno de los artífices de la filosofía presidencial.

Un dato curioso ejemplifica este razonamiento: en la mesa de los ideólogos, hay un calendario de conflictos mensuales contra los actores categorizados como “institucionalizados”, desde sectores gremiales hasta del establishment político y económico. La construcción de identidad requiere también de la identificación de los oponentes. Conocedor del fervor que genera el “principio de revelación” en Milei, un ministro le pidió hace unos días evitar un lenguaje muy confrontativo en su mensaje del 25 de Mayo para no complicar aún más las negociaciones en el Congreso. Parece haber sido escuchado. Ayer Milei volvió a caracterizarse como Presidente e hizo un discurso institucional de mirada histórica.

El otro síntoma inquietante que se potenció esta semana fue el de la desconexión de Milei con la administración de su gobierno. Como en otros aspectos, el Presidente es muy sincero en sus preferencias, al punto de que a los más cercanos les admite sin remordimientos que la gestión diaria le “aburre profundamente”. No participa de las reuniones de gabinete desde hace un mes (23 de abril), aunque suele estar a unos metros de la sala. Va dos veces por semana a la Casa Rosada, donde permanece unas cinco horas; el resto del tiempo orbita en Olivos. A la quinta presidencial la mayoría de los ministros no accede. Según los registros de ingresos que publicó Clarín la última vez que lo hicieron fue en una reunión de gabinete en enero. Hay algunos de ellos que no lo ven personalmente desde el mes pasado.

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