En Uruguay, la eutanasia aún no es legal, pero el proyecto de ley avanza con rapidez en el Parlamento, con la intención de ser aprobado en ambas cámaras antes de fin de año.
Impulsado más por consignas emotivas que por un análisis profundo y riguroso, cuenta con el respaldo de legisladores de varios partidos políticos, entre ellos el Partido Colorado, el Frente Amplio, el Partido Nacional y el Partido Independiente.
Morir con dignidad: una contradicción semántica
El texto en discusión, lejos de estar a la altura de la complejidad ética, médica y jurídica que implica terminar con una vida humana, se apoya en eslóganes como “morir con dignidad”, una frase que, en sentido estricto, resulta imposible: la dignidad es atributo de los vivos y se extingue con la muerte.
Tal como advierte el juez Alejandro Recarey, la vida puede ser digna hasta el último aliento, pero la muerte en sí misma no lo es.
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Legalizar la eutanasia no es solo habilitar un procedimiento médico, sino imponerlo. El proyecto obliga a los prestadores de salud a ejecutarlo o financiarlo, y a sustituir a los médicos que presenten objeción de conciencia.
Primum non nocere
En palabras de Recarey, reconocer la eutanasia como derecho implica “aceptar su contracara lógica: la obligación de matar”.
Esto implica subordinar la ética médica a la legislación, quebrando principios históricos como el juramento hipocrático, que establece que el médico debe aliviar el dolor y el sufrimiento, pero nunca causar la muerte del paciente.
| Redacción
Mientras la tradición médica se ha basado en proteger la vida como un valor inviolable, esta nueva dinámica legal invierte ese mandato, sustituyendo el compromiso de cuidar por la autorización para eliminar.
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Lenguaje que disfraza la realidad
El texto legislativo define la eutanasia como “muerte natural” y la adorna con la fórmula “muerte digna”. Este truco semántico oculta la realidad evitando que se califique jurídicamente como homicidio.
En rigor, una cosa es mantener la dignidad hasta el último aliento y otra muy distinta es suponer que la muerte misma pueda ser digna.
Impacto social: vidas “dignas” y vidas prescindibles
Legalizar la eutanasia instala un cambio cultural que clasifica vidas como valiosas o prescindibles. En Países Bajos, el criterio de “sufrimiento insoportable” se ha ampliado hasta incluir depresión, soledad o cansancio de vivir, y hasta un 40 % de los casos no son reportados.
En Canadá, personas han optado por morir por pobreza o falta de vivienda. En Bélgica, un tercio de los procedimientos se realizan sin solicitud formal.
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La última línea de defensa
Estos ejemplos confirman que, una vez abierta la puerta, resulta casi imposible cerrarla. La eutanasia relativiza el valor absoluto de la vida y normaliza la idea de que algunas vidas no merecen ser vividas.
| Redacción
La sociedad uruguaya enfrenta una decisión que va más allá de un procedimiento médico: redefine el valor de la vida humana.
Lo que hoy se presenta como un acto de compasión, mañana será la legitimación de la muerte como solución social, económica o política.
Legalizar el actual proyecto de ley implica un cambio peligroso: legitima la decisión subjetiva respecto a quién merece vivir y quién puede ser descartado, abriendo la puerta a un control social que amenaza con deshumanizar y vulnerar la dignidad más fundamental.