La crónica del último no reportaje a Javier Milei (la definición del no género periodístico corresponde al relator deportivo Alejandro Fantino) debiera ser tenida en cuenta por los historiadores del futuro. Más allá de lo que se dijo, deben ser leídos en otra clave. Importan más por lo que enuncian, muestran, denotan. No se trata únicamente de las referencias al dólar, a las turbulencias económicas. Se trata de cómo actúa el Presidente, cómo concibe la política, cuáles son sus límites y potencialidad. Tanto Milei como su exaltado ministro de Economía, Luis Caputo, hablaron del “riesgo Kuka” como factor económico. El Presidente fue más allá y dijo de Victoria Villarruel: “La traidora dio lugar a una sesión ilegal para que rompan el equilibrio fiscal”. En la misma entrevista, vinculó al premio Nobel Joseph Stiglitz dentro de una suerte de confabulación, orquestada supuestamente por el kirchnerismo. Aseguró: “Mandan a la basura de Stiglitz a pronosticar el apocalipsis”. Milei no duda de que hay una especie de alianza internacional en la que Villarruel, Stiglitz y una entidad llamada “los kirchneristas” oorganizaron la corrida en la que vivimos.
La primera pregunta posible es considerar si se trata de una estrategia. Cualquier descripción del populismo parecería incluir la fijación de un “enemigo” como estrategia. Establecer un “nosotros”, en tiempos de un dañado oficialismo que incluya a muchas personas diversas, podría generar una suerte de mística. Sabido es que la política no se nutre solo de ideas y razonamientos. Apelar a la pasión es más que una estrategia. Y es algo que los ultras del mundo conocen a la perfección. Generar territorio en la virtualidad produce efectos en la realidad, en lo que está más allá del mundo de streamings y redes.
Cristián Sucksdorf, en un texto cuyo título es “Capitalismo espectral y forma subjetiva”, señala que hay determinados contextos de subjetividad que permiten el avance de ciertas ideas políticas. Sostiene: “Para que el sujeto encuentre los poderes sociales de los que participa como poderes propios de las cosas hace falta algo más, que las mercancías se totalicen. Es esto es, que la “totalidad de las necesidades, goces, capacidades, fuerzas productivas, etcétera” (como define Marx a la riqueza en los Grundrisse) aparezca representada en un “inmenso arsenal de mercancías”. Es el inmenso arsenal, y no la mercancía individual, el que pone la forma fetichista del sujeto, ya que ante ese inmenso arsenal la totalidad de sus propias prolongaciones (necesidades, goces, capacidades, etc.) aparecen bajo esa forma. Pero es claro que esa forma no es la propia de la mercancía, sino la de su inmenso arsenal, y ese arsenal no es otra cosa que el capital”. Las sociedades están dispuestas a tener sus propios caminos de subjetivación. Y en ese contexto, el Gobierno aparece como una canalización posible de ciertas estructuras que andan dando vueltas. La sociedad hipertecnologizada es la más predispuestapara este tipo de aventuras.
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Situar a Villarruel y Stiglitz en algo así como un mismo aparato político se monta en ese sustrato, en esa condición de posibilidad de las sociedades actuales. Y nos parece que responde no a una estrategia, sino a una convicción. La manera de entender el mundo de Milei no es solo económica, ideológica. Responde a su mirada, a su educación, a sus referencias y también a la forma que adquiere su personalidad, al menos públicamente. Citemos a Daniel Pereira Andrade, en un trabajo al que nos referimos anteriormente, Crisis de la economización en el populismo de extrema derecha. Allí, refiriéndose a Jair Bolsonaro, el autor dice: “El recurso al misticismo para explicar los fenómenos del mercado no nació de las crisis globales recientes. Desde comienzos del siglo XXI, la falta de claridad respecto a los mecanismos de generación de riqueza en un capitalismo globalizado y especulativo, basado en el trabajo precario, ha favorecido la “difusión exuberante de prácticas ocultas innovadoras y de magia para atraer dinero” (Comaroff & Comaroff, 2000, p. 292). La fantasía de una abundancia alcanzada sin esfuerzo alimentó la creencia en otras “manos invisibles” que supuestamente gobiernan el mundo económico y social. Tras el colapso financiero de 2008, ese saber/poder místico-religioso se reconfiguró bajo la forma de las conspiritualidades. Al responsabilizar a enemigos ocultos por las distorsiones en la competencia y en la distribución justa de las recompensas, estos discursos contribuyeron a salvaguardar la lógica de mercado como única alternativa política, reforzando los procesos de estigmatización y culpabilización de quienes cuestionan el orden establecido (O’Flynn, Monaghan & Power, 2014)”.
La economía es una ciencia humana. Contiene dosis similares de historia a las de matemáticas. Necesita tanto de la antropología como de la física. Hay en su sustrato tanta arqueología como geología. Y, sobre todo, contiene política y psicología.
Cuando aparece la psicología como en el monólogo final del Presidente haciendo de ventrílocuo de un “termo de Milei”, la respuesta debería encontrarse más en la autenticidad que en la estrategia.
La palabra “paranoia” ahí es la forma de hacer política. Jacques Lacan señaló tempranamente cómo la paranoia es en su mecanismo esencial, un trastorno de la función del yo (moi) en su relación con el otro, donde el sujeto, al no poder simbolizar adecuadamente esa alteridad, la proyecta como persecución”. Es una definición clásica. El psicoanalista italiano Luigi Zaja la transformó en una definición que bien sirve para la política: “Cada definición, proveniente de las más diversas escuelas de psiquiatría, nos reenvía, invariable, indefectiblemente como la paranoia misma, a la primera de todas, que los franceses utilizaban ya a principios del siglo XIX: folie raisonnante o folie lucide. Todas las reflexiones acerca de la paranoia nos recuerdan que pertenece, al mismo tiempo, a dos sistemas de pensamiento: al de la razón y al del delirio. La paranoia es infinitamente más difícil de diagnosticar que otros trastornos mentales, porque sabe disimularse tanto en el interior de la personalidad del paranoico”.
La contracara del miedo, la captación de la insatisfacción y desafección política, es la puerta de entrada para comprender cómo cierto sector social acepta este tipo de discursos. Allí donde la razón se abandona y todo se transforma en síntoma, signo y símbolos.