La globalización trajo muchos hitos significativos: estamos más cerca en decenas de sentidos. Pero también abruma la información. Circula más de la que podemos absorber y se muestran más vidas felices que lo hacen todo, como un supuesto modelo de plenitud.
Aquello de la eficiencia se cayó de la terminología laboral para tomar la vida entera. Ahora el fin de semana también tiene que adoptarla. Los chicos tienen decenas de actividades extraescolares y siempre hay una más por descubrir, aquella que hace otro niño de la clase y a la que habría que apuntar al propio. La jornada termina siendo maratónica a diario producto de un síndrome del que se comenzó a hablar en 2004, se popularizó en 2010 y se incorporó al diccionario en 2013. Se trata de FOMO, fear of missing out en inglés, traducido como el miedo a perderse algo. Fue precisamente para aquel año que científicos de la Universidad de Oxford lo definieron como “la aprehensión generalizada de que otros puedan estar teniendo experiencias gratificantes de las cuales uno está ausente”. Es un fenómeno que se caracteriza por el deseo de permanecer continuamente conectado con lo que otros están haciendo, descubriendo cosas nuevas y con el deseo de copiarlas.
Las experiencias de terceros, no siempre reales, generan en el espectador un sentimiento de ansiedad, inquietud y temor por perderse un evento o experiencia positiva, coincidiendo en una sensación de insatisfacción con la propia vida personal.
“La conceptualización de que FOMO implica un efecto negativo debido a necesidades sociales insatisfechas es similar a las teorías sobre los efectos emocionales negativos del ostracismo social”, relata el especialista Aditya Sharma, neurocientífico del Departmento de Neurociencia de la Universidad de Pittsburgh, quien se ha abocado en sus últimos años de trabajo a desentrañar este fenómeno contemporáneo. “FOMO es un hecho psicológico relativamente nuevo. Puede existir como un sentimiento episódico que ocurre en mitad de una conversación, como una disposición a largo plazo o un estado mental que lleva al individuo a percibir un sentimiento más profundo de inferioridad social, soledad o rabia intensa. Más que nunca, las personas están expuestas a muchos detalles sobre lo que les pasa a otros y se enfrentan a la continua incertidumbre sobre si están haciendo lo suficiente o si están donde deberían en términos de su vida”.
–¿Cómo sentimos que nos estamos perdiendo de algo bueno?
–En primer lugar, la percepción de perderse algo, seguida de un comportamiento compulsivo para mantener estas conexiones sociales. El aspecto social de FOMO podría postularse como una relación que se refiere a la necesidad de pertenecer y a la formación de relaciones interpersonales fuertes y estables. Por otro lado, este fenómeno se considera un tipo de apego problemático a las redes sociales y se asocia con una variedad de experiencias y sentimientos de vida negativos, como falta de sueño, reducción de la capacidad para la vida, tensión emocional, efectos negativos en el bienestar físico, ansiedad y una falta de control emocional.
–¿Es un círculo vicioso: entro a las redes para cubrir mi ansiedad y estas me generan aún más?
–Efectivamente las redes proporcionan un medio compensatorio para que las personas con ansiedad aborden sus necesidades sociales insatisfechas de una manera distinta a la comunicación cara a cara. Se supone que su uso contribuye a facilitar la comunicación para aquellos con déficit al compensar sus carencias de vínculos con mucho menos esfuerzo y de forma instantánea. Sin embargo, esta “compensación social” puede ser problemática cuando refuerza que se evite el encuentro y, en consecuencia, aumenta la ansiedad social. FOMO también se asocia con el uso problemático de las redes debido a su fácil acceso para que, sobre todo los adolescentes, interactúen a voluntad y la necesidad constante de validación personal y mensajes gratificantes del sentido distorsionado de uno mismo.
El mundo digital está recién emergiendo en los espacios científicos. Los especialistas en neurología, neurociencias y salud mental comienzan a emitir los primeros documentos en torno de experiencias que se reconocen en uno mismo, en amigos o colegas o dentro de la familia, pero que aún no tienen calificación médica para ser evitadas o tratadas. Hace menos de un mes la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (Sepsm) emitió un informe que reveló que el 69% de los jóvenes de ese país de entre 18 y 34 años confiesa sufrir el síndrome FOMO. El 56% teme perderse eventos, noticias y actualizaciones importantes si no están conectados a las redes sociales. Además, el 69% cree que se pierde eventos esenciales si no las revisan.
Por su parte, una encuesta realizada por StrategyTravel concluyó que el 60% de los adultos jóvenes realizan compras basándose en FOMO. La revista Estrategia informó que el 59% de las fiestas y eventos y el 29% de la visualización de alimentos se encuentran entre las cosas más comunes que causan FOMO entre los millennials. En ese marco, el 73% de ellos gastaron dinero que no tenían para evitar sentir que se pierden de algo, según un estudio de TD Ameritrade.
“Los humanos deseamos sentirnos incluidos –afirma el especialista–, somos gregarios, nos interesa pertenecer a un grupo. Cuando eso sucede, además de la propia pertenencia, hay una implicancia de aprobación por parte de los demás y eso nos hace sentir mejor con nosotros mismos. Hacer lo que otros hacen, o lo que dicen que hacen de acuerdo a sus redes sociales, puede activar en nuestro cerebro el sistema de recompensas, aunque no se realice una actividad”.
–¿Hay señales de alerta de que se padece FOMO?
–Cuando no es posible sentirse alegres por los demás o, al menos, indiferentes, y emerge la preocupación al ver que el entorno disfruta de actividades sin nosotros, o cuando por obligaciones laborales o familiares, no se puede formar parte de los planes sociales, hay que entender que se está frente a una alerta. Lo mismo ocurre si se tiene la necesidad de publicar constantemente en redes sociales todo lo que se está haciendo, en especial aquellas cosas que son positivas, y se evitan mostrar los traspiés con el temor a sentirse poco importante en el mundo digital.
–Pero, no todo sucede en redes sociales, ¿verdad?
–Claramente no, porque cualquier cosa que haga que una persona se sienta excluida puede ser una causa potencial de FOMO. Sin embargo, las redes sociales nos permiten tener acceso a lo que todo el mundo hace. Eso no sucedió siempre: nuestros compañeros de trabajo tenían actividades los fines de semana, pero con suerte nos enterábamos de algunas el lunes al llegar a la oficina. Ahora está todo allí, de todos, inmediatamente. La sobreexposición genera una sobreexpectativa. La oferta es inabarcable y ese infinito angustia si no se sabe manejar. Cuando vemos publicaciones que nos hacen felices en las redes sociales, aumenta la dopamina en el cerebro, activando su sistema de recompensa, lo que implica que se busque una y otra vez. Pero, a la par, se ve a los otros disfrutando, mientras uno queda marginado.
–¿Además de la socialización y la ansiedad qué otros riesgos se enfrentan?
–Pasar más de dos horas por día en las redes sociales demostró un riesgo significativamente mayor de tener tendencias suicidas. FOMO puede tener un papel mediador entre el narcisismo y el uso problemático de las redes sociales, lo que sugiere que las necesidades de relación social insatisfechas causan una alta participación en su consumo problemático. También se ha asociado con consecuencias negativas vinculadas con el alcohol, ya sea a través de un mayor consumo o disposición a participar en conductas de riesgo. Es probable que los adolescentes con FOMO experimenten con drogas y alcohol si esa es una condición que permite encajar con sus “amigos” en las redes sociales.
–También alertó sobre dificultades con el sueño. ¿Qué puede decirnos de eso?
–En un estudio chino con estudiantes universitarios, se encontró que el afecto negativo, que es una dimensión general de angustia subjetiva que incluye una variedad de estados de ánimo aversivos como ira, desprecio, disgusto, culpa, miedo y nerviosismo, está relacionado con la falta de sueño mediada por FOMO. En un estudio universitario israelí que midió el uso de teléfonos inteligentes durante la noche, se verificó que los jóvenes tenían riesgo de sufrir una reducción de la calidad del sueño y de la salud psicológica general. Una encuesta de 101 adolescentes relacionó la preocupación antes de dormir y el FOMO con una latencia de inicio del sueño más prolongada y una duración reducida del sueño. Toda esta evidencia es contundente.
–¿Cómo podemos disfrutar de lo que se hace, sin poner el foco en lo que se pierde?
–En primer lugar puede resultar útil descubrir exactamente qué está causando el FOMO, porque a cada persona le dispara de un modo diferente. Es clave comprender y minimizar los desencadenantes. Restringir el uso de pantallas, dejar de seguir a determinadas cuentas, imponerse un vacío de conexión en algunos días si es posible. Se debe apostar al autocontrol, más que a la abstinencia. También es importante cambiar el enfoque: encontrar lo que gusta, lo que se disfruta y concentrarse en ese momento, en el aquí y el ahora de la experiencia. Es preciso volver a lo que a uno le da placer. Despejar las influencias externas y no acumular experiencias, sino goce. Tal vez sería bueno empezar a preguntarse ¿cuánto me gustó lo que hice?, en vez de ¿cuántas cosas hice este fin de semana?