-Larrauri, ¿querés manejar en un Gran Premio de Fórmula 1 para probar el auto? Son 15 minutos. Y te doy a elegir: Imola, Silverstone, Monza y Spa Francorchamps.
El pasado y el presente, separados por 36 años, se acercaron en menos de 30 palabras. Desde Suiza, quien compró el EuroBrun ER188 con el que el santafesino Oscar Larrauri corrió en 1988 lanzó esa oferta imposible de rechazar. “Y yo elegí Imola, me gustó porque me parece no tan complicada, ¿me entendés?”, cuenta Poppy antes de subirse al auto, este sábado en el circuito Enzo e Dino Ferrari, donde la Fórmula 1 disputará la fecha 7 y él tendrá en la tribuna a su esposa y a sus hijos, Gaspar (15) y Amy (17).
“Para mí es rememorar un pasado, porque el presente que tengo es diferente. Mis hijos no conocen nada de mi historia y esto forma parte de mostrarles quién era papá -remarca-. Es lo que más valoro: poder vivirlo con mi familia. Lo había vivido solo, porque era soltero, pero hoy tengo mis hijos que van a disfrutarlo. Qué sé yo, que me llamen también es un reconocimiento. Creo que es una carga energética muy linda en esta edad de mi vida, tengo 69 años. Y es poder recorrer un poco el pasado, hoy estoy acá por ese camino, ¿no? Estoy contento”.
Hace 36 años, la oportunidad de correr en la Fórmula 1 se la dio el suizo Walter Brun («Le debo mi llegada a la F1, porque valoró lo que yo hacía como piloto dentro de su equipo y me contuvo y apoyó en lo que yo quería», le dijo hace unos años a Clarín). Había fundado su equipo junto a Giampaolo Pavanello y le facilitó una butaca a quien había sido campeón de Fórmula 3 Europea en 1982.
En aquella temporada 1988 de una F1 con preclasificación, Larrauri logró entrar en la grilla de partida de ocho Grandes Premios, aunque el primero -el de Brasil- no lo corrió por un problema eléctrico antes de la largada. Dos pruebas después, sorprendió en Mónaco. Hizo un gran trabajo bajo la lluvia, que le permitió clasificar 18° -mientras su compañero de equipo, Stefano Módena, no lograba meterse entre los 26 de la final-, aunque en la carrera abandonó en la vuelta 14.
En el siguiente Gran Premio, el de México, consiguió su mejor resultado (13°), mientras que volvió a meterse consecutivamente en las finales en Canadá, Estados Unidos y Francia. Luego fue 16° en el circuito de Hockenheimring (Alemania) y logró estar en la última carrera del año, la de Australia. En 1989 siguió en el equipo Euro Brun, pero, con un récord de 39 inscriptos, ya no pudo pasar la preclasificación ni el equipo poner un auto en la grilla.
“Espero sentirlo como lo sentía en mi juventud”, se anticipa a lo que ocurrirá el fin de semana sobre el auto. “Habría que ver si me quedó la capacidad de poder administrarlo, ¿no? Hoy la mente, o el cerebro, te ordena algo y a veces llevarlo a la acción práctica es complicado, y más si hablamos de un Fórmula 1, si no la gente seguiría corriendo a los 60 o 70. Pero llega un punto en que los reflejos no dan -sostiene-. Habría que ver… Después de un par de vueltas, te sabría decir dónde estoy parado. Pero claro que va a ser una emoción. Apretar el freno y sentir que frena, vivirlo, ¿no? Porque uno tiene una comunicación con el auto. Si bien no es un lazo afectivo, uno lo entiende y lo interpreta“.
-Para los pilotos el auto es una extensión del cuerpo.
-Es una extensión, exactamente. Porque vos movés el volante y te responde, apretás el freno y si lo aprestás más fuerte, frenás más y si no lo apretás, no frena, qué sé yo. Es algo muy lindo. Creo que es una experiencia que va a ser única para mí: yo manejaba ese auto hace 36 años, una vida. Mis hijos no saben nada. Es muy simple: estoy contento.
-¿Qué significa para vos que te hayan elegido para manejarlo?
-Es una linda oportunidad para mí y me siento orgulloso. Quiere decir que uno ha tirado semillas por distintas partes del mundo. Es una linda experiencia. Yo siempre creo en la mano de Dios: me acompañó toda mi carrera deportiva y en mi vejez todavía me sigue premiando. En definitiva, esto forma parte de un premio: que la gente te elija y te diga ‘vení a manejar tu ex auto’ para mí es un orgullo. ¿Te puedo contar una anécdota?
-Sí, claro.
-Hace un mes atrás, más o menos, me llegaron dos cartas de afuera. En una me mandaron cinco dólares y unas fotos para que autografíe. Pagué 23 dólares para mandarlas a Checoslovaquia de vuelta, me costó carísimo firmar un autógrafo, jaja. Pero, de cualquier manera, pasaron 36 años y un checoslovaco me pidió un autógrafo en una fotografía que me mandó a mi casa. La historia sigue vigente y la gente me recuerda, eso es lo lindo también.